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Estamos en un punto donde la pandemia puede tomar rumbos distintos, como la aparición de variantes más leves o más severas. Lo que ocurra en las próximas semanas podría inclinar la balanza hacia uno de esos dos escenarios.

En estos momentos la variante ómicron se esparce por el mundo a una velocidad sin precedentes desde el inicio de la pandemia. No obstante, si bien los sistemas de salud están en alerta ante el galopante aumento de casos, la baja severidad en la mayoría de infecciones provoca un suspiro de alivio en ciertos expertos, al punto de que consideran exageradas las medidas que se toman en algunos países.

Hasta ahora hay evidencia consistente de que ómicron es una variante menos agresiva que sus antecesoras. Cinco estudios (dos en células humanas y tres en roedores vivos) muestran que no infecta los pulmones con tanta facilidad como lo hace delta o la versión original del SARS-CoV-2 aislada en Wuhan.

Esto, sumado a que la respuesta inmune de los vacunados y recuperados los protege de infecciones graves por ómicron, nos hace preguntarnos si estamos cerca de convivir de forma más tolerable con el coronavirus, tal como lo hacemos con los patógenos de la gripe o los resfriados. Es decir, pasar de una pandemia a una endemia.

Lamentablemente, como se ha visto hasta ahora, el curso de la pandemia es muy difícil de predecir. Y aunque el destino de este virus es volverse endémico, lo que demore en llegar a esa etapa dependerá de una serie de factores relacionados entre sí.

La incierta evolución del coronavirus

Como todo virus, el SARS-CoV-2 es propenso a desarrollar mutaciones cuando se replica en el cuerpo de sus huéspedes, en este caso, los humanos.

Dada su constante propagación en los últimos dos años, el coronavirus tuvo muchas posibilidades de mutar. Estos cambios genéticos ocurren al azar y la mayoría es irrelevante para el virus. Sin embargo, algunas mutaciones le confirieron grandes ventajas, tales como mayor transmisibilidad o resistencia a los anticuerpos.

Así, surgieron las variantes preocupantes: alfa, beta, gamma, delta y ómicron.

Esta última ha vuelto a disparar los contagios, por tanto, la ruleta de las mutaciones también vuelve a girar. No sabemos qué nuevas características adquirirá la próxima variante.

Pero lo que ha sucedido hasta ahora permite prever que una nueva variante predominante tendría mutaciones que la vuelvan tanto o más transmisible y resistente que ómicron.

Población inmunizada

Ahora es inevitable que el SARS-CoV-2 continúe transmitiéndose y mutando, pero podríamos alterar su camino evolutivo para nuestro beneficio.

“Eso implica que se adquiera una inmunidad poblacional que nos permita convivir con el virus y a la par que este evolucione de una forma que no mate al hospedador”, indicó Juan More, doctor en inmunología comparada.

Ese proceso ocurre por un mecanismo natural llamado presión de selección: el virus, al no poder replicarse fácilmente en el organismo de los vacunados o recuperados, muta con menos frecuencia. Y esas pocas mutaciones se enfocan en permitirle infectar con éxito a estos individuos.

Así “se reducen las chances de incorporar cambios al azar” como uno que lo vuelva más agresivo. De hecho, los virus que prosperan son los menos letales, ya que el huésped puede transmitirlos durante el mayor tiempo posible.

Aunque el origen de ómicron está vinculado a una situación distinta (un paciente inmunodeprimido), es la primera variante del SARS-CoV-2 conocida que parece provocar una infección más leve.

No obstante, More opina que es muy temprano para afirmar que esta o las siguientes variantes tomarán el camino endémico, ya que aún hay una deuda pendiente con la vacunación a nivel mundial; y lo podríamos pagar muy caro.

“Tenemos muchos sectores de la población mundial que no tienen inmunidad. Siempre que haya esto, da pie a que el virus circule y comience a adquirir nuevas mutaciones, las cuales pueden generar una variante distinta y altamente patógena (dañina)”, recalca.

Por ahora, este posible escenario es difícil de contrarrestar en tanto que las dosis de refuerzo (necesarias para reducir la transmisión) se aplican en pocos países, mientras que menos del 60% de la población mundial ha recibido al menos su primera dosis. En los países de bajos recursos, principalmente en África, esa cifra es menos del 10%.

Una mejor distribución de las vacunas y una aceleración en el proceso de inmunización durante las próximas semanas podrían cambiar el rumbo de la evolución del virus. De lo contrario, podríamos ver surgir una nueva variante problemática en alguno de los países desatendidos.

El camino definitivo hacia la endemia

Antonio Quispe, médico epidemiólogo, señala a este medio que debe haber dos principales condiciones para que suceda la transición de la pandemia a la endemia de COVID-19.

“Lo primero es que no surjan variantes más transmisibles o severas. Lo segundo es que la mayoría de la población mundial se encuentre inmunizada, ya sea mediante la vacunación o una infección previa”, sostiene.

En una eventual endemia de COVID-19, esta se habrá convertido en una enfermedad común y estacional. Por ejemplo, los casos podrían aumentar en invierno, como cualquier infección respiratoria.

Quispe lo resume como una “nueva normalidad”, la cual implica “adoptar nuevas medidas de higiene como usar mascarillas cada vez que nos infectemos para no contagiar a los demás, vacunarnos periódicamente con dosis de refuerzo y que el manejo de la COVID-19 como enfermedad pase a ser parte de los protocolos de manejo como cualquier otra enfermedad y ya no en un estado de emergencia sanitaria”.

Hoy, con las hospitalizaciones incrementando en distintas partes del planeta, la endemia aún no se avizora cercana.